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Editorial: "El peso de los votos"


El problema de haber creído que todo en democracia se puede consensuar tiene su más claro reflejo en las declaraciones que ha hecho hoy la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, asegurando que si Ignacio De Juana Chaos está en la calle "es por una ley que está en vigor, pero que la inmensa mayoría de los españoles cree que no es justa, por lo que habría que cambiarla".

Parece lógico, pero no lo es. Estirando el argumento de De Cospedal, cabría decir que en un momento determinado, en la España de los años ochenta, una mayoría de españoles consideraron que la comisión de 25 asesinatos no merecía la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni tan siquiera el cumplimiento íntegro de las penas. Aquello era una barbaridad intolerable. Reforma penal tras reforma penal, se ha llegado a lo que tenemos. En cada momento han sido las urnas las que han determinado lo que estaba bien y lo que estaba mal; el peso de los votos, lo que era bueno y lo que era malo. Ustedes, políticos, los que han hecho leyes y elegido jueces, y sus mayorías o coaliciones las que han determinado la composición de los más altos tribunales. Porque son la expresión de la voluntad del pueblo, De Juana se beneficia de la forma de pensar de la sociedad española de los últimos cuarenta años, se ríe de las víctimas porque el Estado ha decidido consentirlo y se jacta de ello en sus escritos porque los sucesivos Gobiernos no han tenido el sentido de Estado necesario para impedirlo. Y es que, a pesar de lo que puedan decir las urnas, el Estado debe ser más que la suma de los ciudadanos. Ciertas cosas, no deberían quedar al arbitrio de los Gobiernos, no deberían consensuarse en la enésima edición de un pacto antiterrorista, no deberían depender de la “sensibilidad” de un pueblo en un momento determinado. Si la Justicia existe, la Ley sólo puede abrazarse a ella. El juego de partidos fomenta que a menudo la ley se fuerce y retuerza hasta el infinito.

Dejemos a De Juana, abandonemos los ríos y vayamos a las fuentes, dejemos las anécdotas y busquemos las causas. ¿Cuántas veces los Gobiernos españoles han cedido al chantaje de los nacionalistas? De los nacionalistas democráticos, de los buenos nacionalistas, los que no matan ni ponen bombas. Es fácil el cálculo: todas y cada una de las veces que los nacionalistas han decidido chantajear al Gobierno de turno. La razón es obvia: los pactos, las alianzas, la suma de escaños. A medida que la partida se ha visto reducida a dos partidos mayoritarios, la efectividad del chantaje ha ido en aumento.

Y a los españolitos se nos ha dicho una y otra vez que los partidos nacionalistas son democráticos, que creen también en el Estado español y que por eso hay que contar con ellos. Efectivamente, los partidos nacionalistas son democráticos, suman y pesan también sus votos, tanto en orden interno como externo (a ellos no hay que explicarles lo bien que funciona la democracia); creen también en el Estado español, de la misma manera que creen en el Estado alemán, húngaro o chino y, desde luego, el Estado español, si quiere sobrevivir, tiene que empezar a plantearse no contar en absoluto con ellos.

Patinazo, Sra. De Cospedal. Monumental patinazo democrático el suyo. A pesar de lo que crea, hasta en democracia hay cosas que no son materia opinable.

Jueves, 7 de Agosto de 2008.

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