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Diario YA


 

le pican las pulgas de la pelliza de Viriato, en deliciosa metáfora de don Eugenio d´Ors

Entre Viriato y Carlos V

Manuel Parra Celaya. Uno no puede evitar ciertas simpatías ante la actitud gallarda y levantisca de los ciudadanos griegos que se han opuesto a las exigencias de Bruselas, del BCE y del FMI; de perdidos al río, pero orgullosamente griegos, parecen haber dicho, auspiciados desde Syriza y desde Amanecer Dorado, con corralito y todo… Y ustedes me dirán a qué viene esta simpatía: sencillamente, a fuer de íbero redivivo, al que, de vez en cuando, le pican las pulgas de la pelliza de Viriato, en deliciosa metáfora de don Eugenio d´Ors.
    Por otra parte, este mismo descendiente de los cabezotas de Numancia sigue soñando en su utopía de sustitución del sistema capitalista, tan denostado por Juan Pablo II, tarea de la que alguien afirmó que se trataba de una alta tarea moral; entendámonos, no derrumbe sino sustitución por otro sistema más justo y equitativo; o, lo que es lo mismo en nuestros lares, del relevo de la Europa de los mercaderes por otra Europa fiel a sus orígenes, valores y creencias.
    Pero los sueños tienen el contrapunto de las realidades; me dicen al oído mis amigos economistas que los sucesivos gobiernos griegos, de diestra y siniestra, mintieron descaradamente sobre su déficit público para entrar en el euro, que los bancos griegos compraron cantidades ingentes de deuda pública hasta que estuvieron al borde de la quiebra, que, para evitarla, recurrieron al dinero de los contribuyentes europeos a través de su odiada “troika”, que propiciaron un clientelismo corrupto de funcionarios y de enchufados, que se sobrecargaron de organismos y empresas estatales, que se dieron alegremente a las jubilaciones anticipadas, que han llegado a ser líderes en evasión fiscal…Y, claro, a través de las cifras que me proporcionan (los números siempre me abruman), mis espontáneas simpatías tienden a decrecer a ritmo de vértigo: mi iberismo se retira en franca derrota.
    No obstante, ya transformado en español moderno y, por lo tanto, europeísta, acudo a otra referencia histórica de mayor calado: nuestro César Carlos, primero vencedor de los valerosos y errados Comuneros y, a renglón seguido, valedor de la unidad europea, que por aquel entonces se llamaba Cristiandad. Claro que poco o nada tiene que ver con la Europa que –si Dios no lo remedia, que sí lo hará- quieren construir desde Bruselas, pero la historia nunca camina hacia atrás, a riesgo de llevar a sus protagonistas, los seres humanos, a peores y más difíciles coyunturas. Y el camino emprendido de construcción europea, que puede y debe enderezarse, no tiene retorno ni para Grecia, ni para España ni siquiera para los euroescépticos británicos.
    El Estado-nación está sobrepasado en su larga andadura desde el siglo XV y, por lógica histórica, se camina ahora hacia formas más amplias de agrupación humana. Europa puede ser el nuevo proyecto sugestivo de vida en común; claro que algunos también añadimos que amamos a Europa porque no nos gusta.
    Por estos motivos, me parecen ridículas las comparaciones odiosas que, desde gobierno, oposición y “emergentes” se formulan a diario comparando los casos de Grecia y de España, ya sea en prédica de miedo o con campanas al vuelo. Y mucho más ridícula todavía –hasta llegar a términos inconmensurables- la última estupidez del nacionalismo catalán afirmando que su “troika” está formada por el Gobierno español, el déficit fiscal y el Tribunal Constitucional; verdaderamente, todo nacionalismo es, además de un individualismo de los pueblos y una apuesta por el “corralito”, una rémora para la marcha de la historia. Encerrado de nuevo en la pelliza de Viriato, uno podría afirmar que su “troika” particular está representada por el Gobierno del Sr. Mas, el Ayuntamiento de Barcelona y el Monasterio de Montserrat.
                                                                            
 

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