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Diario YA


 

La obra de la iglesia

Navidad en tiempos de crisis

JM. Pozuelo. 20 de diciembre.

Madrid. Primeras navidades bajo el espectro de la crisis, ya no tan incorpóreo y etéreo como real y palpable. Sabemos, tal vez sólo por lo que dicen las noticias o escuchamos a los analistas económicos, que la necesidad empieza a cebarse con un sector de la población más amplio. Sabemos, por ejemplo, que en estos momentos hay contabilizadas 700.000 familias en las que todos y cada uno de sus miembros están padeciendo el desempleo, hogares en los que no entra ni un solo euro. Si no somos miembro de una de esas unidades familiares, difícilmente seremos capaces de saber cómo se puede vivir sin cobrar nada el día 28 de cada mes. Sabemos que las ventas de décimos del sorteo de Navidad han crecido y que muchos recurren ya a la improbabilidad matemática de la suerte como a Santa Bárbara bajo la tormenta, y eso a pesar del viejo axioma castizo que asegura que “jugar por necesidad es perder por obligación”. Sabemos que a pesar de la crisis, todavía hay gente que cree que vale la pena arriesgar la vida en una patera cruzando el Estrecho para alcanzar el sueño europeo; siguen llegando a cientos a nuestras costas. Creemos que la bolsa de miseria y pobreza extrema es cada vez mayor y hemos oído hablar de la proliferación de los llamados “nuevos pobres” en los comedores sociales y en los servicios de atención primaria. Creemos en los efectos destructivos del tejido social en todas sus formas de una crisis económica y financiera que, con demasiada frecuencia, hemos tendido a analizar desde los medios de comunicación por los datos de las empresas, sus famosos expedientes de regulación de empleo, las inyecciones de efectivo que han recibido para recompensar la mala gestión de sus directivos y los indicativos económicos y macroeconómicos que reducen la situación a meras cifras, difíciles de trasladar a una realidad concreta. Pero los números se han hecho tan grandes que han provocado la curiosidad y la admiración de muchos, también la nuestra.

Hay una palabra tan pegajosa como temida para definir los efectos reales de una crisis como la que padecemos. No la usamos a menudo porque provoca un miedo irracional y porque de tanto usarla ha perdido también un poco su verdadera cara. Esa palabra es “pobreza”. Es tan fea que nadie la quiere cerca. Es tan fea que quien no la padeció nunca trata a toda costa de ocultarla ahora que roza su ambiente. Hemos tenido que inventar un nuevo término que refleje mejor lo que está ocurriendo, y por eso hablamos de “nuevos pobres”, personas que hace unos meses tenían un buen trabajo, una hipoteca, hijos escolarizados, coche, tarjetas de crédito y un mes de vacaciones pagadas. La crisis les hizo perder primero el empleo, enfrentarse con los plazos de la hipoteca, a un recibo de la luz en alza, al colegio de los niños, al surtidor de gasolina y a una cesta de la compra para la que ya nadie necesita un carrito porque, toda entera, entra en los bolsillos de la cazadora. El primer paso fue siempre el de tratar de negociar con el banco las cuotas de la hipoteca y anular cualquier tarjeta de crédito. Después las economías se hacen patentes en todas las partidas de la contabilidad familiar, hasta que se recurre abiertamente a los servicios sociales para pagar el recibo de la luz y se acaba comiendo de gorra en el comedor de las monjas, con la vergüenza que ello conlleva. Y esta es la situación de las 500.000 familias que hoy en España, el país de la Unión Europea que más creció en la última década en términos de PIB, tratan de sobrevivir, día a día, a la crisis, con la esperanza de que la granizada pase pronto. Pobreza severa, se llama; al cambio, menos de 240 euros al mes. El concepto suele completarse con el término “exclusión”. Significa que no sólo no se está en condiciones de afrontar los gastos de una sociedad consumista y globalizada sino que, además, la esperanza de poder hacerlo en un futuro, siquiera lejano, se ha perdido casi por completo. El informe FOESSA habla de 8,5 millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza (574€ al mes). Y esta es la realidad de España hoy.

Quien mejor sabe de pobreza es la Iglesia. La bolsa de pobreza a la que accede la gestiona a través de su ONG, Cáritas, una organización tan necesaria que, si no existiese, habría que crearla. Cáritas puede realizar su trabajo gracias a que cuenta con una red de asistencia a través de las 100.000 Cáritas Parroquiales, al esfuerzo denodado de sus 65.000 voluntarios y al trabajo diario de sus 4.000 empleados. Una macroempresa de asistencia primaria que posee, como nos contaba su Secretario General, Silverio Agea, en la conversación telefónica que mantuvo con DiarioYa, el porcentaje de gestión más bajo de todas las ONGs presentes en el tejido social español: el 7%. Esto significa que de cada 100 euros que Cáritas recibe, 93 llegan directamente a cubrir necesidades. Nada se queda por el camino. Este porcentaje de gestión es posible gracias al apoyo en infraestructuras y servicios de los que se sirve: la propia Iglesia. 100.000 parroquias en España sirven de bases y sedes tanto para recoger la información y las demandas de ayuda como para administrar los recursos directamente a los afectados. Cáritas no destina parte de sus fondos a pagar alquileres, ni mantiene más gastos de administración que los estrictamente necesarios para hacer posible el buen funcionamiento de una organización destinada a paliar el sufrimiento de las personas. Por eso, tal vez, es tan efectiva su acción social.

Presentación de la campaña "Cáritas ante la crisis"

Cuando se ponen en la misma frase financiación y ONGs la llamada a la suspicacia es una tentación muy difícil de apartar. Efectivamente, si no existiese una organización como Cáritas, habría que crearla. Su secretario General lo tiene claro cuando habla de los fines y objetivos de Cáritas y de su papel dentro de la sociedad. “Quienes tienen la obligación de solucionar los problemas son las Administraciones Públicas, pero ante situaciones de crisis y emergencia, es el tercer sector el que tiene que asumir el esfuerzo”. Tal vez por esto, cuando los servicios de atención social de los ayuntamientos han visto agotado sus recursos  a mitad de año, han derivado directamente a las personas que demandaban algún tipo de ayuda a los despachos parroquiales en los que algún voluntario de Cáritas o el propio párroco aportaba el remedio paliativo al problema.

Silverio Agea habla muy claro cuando dice que “acabar con la pobreza en España es una obligación moral”. Una obligación que demanda de la Administración Pública una segunda descentralización hacia los municipios, conocedores de las necesidades básicas de sus vecinos y que ven con frecuencia como la falta de competencias colapsa el flujo de ayuda en las oficinas de la administración autonómica.
 
Cuando se ataca a la Iglesia, cuando se cuestiona tanto su presencia en la sociedad, se olvida que la Iglesia, a través de sus organizaciones, está dando la ayuda que la Administración no puede dar. A menudo, las campañas contra la Iglesia, han cuestionado los derechos de ésta a ser financiada en sus obras por el Estado. La cruz en la casilla de la declaración de la renta es sólo un ejemplo de ello. Sin embargo, la financiación de organizaciones como Cáritas, cuya labor sería impensable fuera de la Iglesia, no se cubre con la “x” de la casilla de la Iglesia. Es un error frecuente y que los directivos de la organización tratan hasta la extenuación de explicar. Cáritas tiene dos vías de financiación: la pública y la privada. La financiación pública de Cáritas tiene que ver con la “x” de la otra casilla, la de los otros fines sociales. Como cualquier ONG recibe así su asignación. En el caso de Cáritas, la asignación que corresponde es la segunda en importancia de cuantas se otorgan, por detrás únicamente de Cruz Roja. Aún así, esta financiación pública sólo supone el 37% de los presupuestos de Cáritas. El otro 63% es financiación privada. Los castigos a la Iglesia no marcando su casilla suponen un grave castigo para todos aquellos que acuden a las parroquias solicitando la ayuda de Cáritas; castigar a las ONGs no marcando la casilla de los fines sociales supone castigar directamente al 37% de la financiación de la organización que más hace por acabar con la pobreza en España. Desde Cáritas nos dan un consejo: marcar ambas casillas.

El pasado miércoles, Cáritas presentó la “Campaña contra la crisis”. Un informe, una campaña de información y de toma de conciencia de las verdaderas dimensiones del problema. El informe realizado por Cáritas es, sencillamente, alarmante y deja poco espacio a la tranquilidad. Algunos datos:

A mediados de este año, el número de demandas de ayuda presentado a las distintas Cáritas parroquiales había superado el 70% del total de las presentadas en 2007, y estas habían sido realizadas, sobre todo, en las áreas de familia, acogida, inmigrantes y empleo.

Tampoco las demandas son las mismas que las de años anteriores. Han crecido, por ejemplo, las demandas de ayuda para vivienda (impagos de hipotecas, deudas de alquileres y las consecuencias asociadas a estos problemas: embargos, desahucios, etc). También lo hacen las relacionadas con suministros (agua, gas, electricidad, etc). Llama poderosamente la atención la facilidad que tiene la crisis para extender su pandemia a todos los miembros de la unidad familiar. Así se puede constatar por el aumento de demandas por la reclamación de avales hipotecarios. Son casi siempre viudas que avalaron las hipotecas de sus hijos y que hoy, con estos en paro, ven como los bancos reclaman los avales.

Silverio Agea, Secretario General de Cáritas

La construcción, motor especulativo de la economía española de los últimos años, ha sido el causante del incremento de las solicitudes demandando empleo y de los problemas relacionados con el encontrarse, de repente, sin trabajo. El problema del paro, con una tasa del 15% y ascendiendo, está detrás de todos los problemas. Las familias se resquebrajan cuando el trabajo escasea.

Pero es que el incremento de las demandas también se ha dado en las ayudas a la alimentación, necesidad básica. Éstas se han visto incrementadas casi en un 90% con respecto al 2007. De ahí que sea cada vez más habitual encontrar en los comedores sociales a personas que hasta el año pasado nadie hubiese apeado de su estatus de clase media.

El perfil del demandante, del “nuevo pobre”, es el de alguien que nunca antes había pasado por un servicio de atención primaria. Hombres, mujeres, ancianos y niños comparten una característica común: nunca habían necesitado antes de la caridad.

Con todo esto sobre la mesa, han sido muchas las delegaciones diocesanas de Cáritas las que han visto como a mediados de 2008 agotaban sus presupuestos  y tenían que recurrir para poder cubrir la segunda mitad del año a partidas presupuestarias distintas a las de urgencia, más encaminadas a la promoción y la inserción social.

Especialmente valioso es el apartado que la organización dedica en su informe a denunciar la actual situación. Dice el informe:

“En el marco de la Campaña Institucional de Cáritas que lleva como lema “una sociedad con valores es una sociedad con futuro”, es necesario recordar que la crisis no es sólo escasez de recursos, sino también falta de valores. […] El problema de pobreza y exclusión que afecta a las personas y a las familias en esta situación de crisis es estructural”.

Cáritas denuncia sobre todo tres tipos de actuaciones que se han venido repitiendo en los últimos tiempos y que han desembocado en que la situación actual sea más preocupante si cabe. Estos son:

Una sociedad que acumula e, incluso, despilfarra y que, estructuralmente ha olvidado y dejado de lado la redistribución para el desarrollo integral de las personas.

Una protección social congelada en tiempos de bonanza económica, que se ha distanciado de la media europea.

Un modelo de crecimiento económico (no de desarrollo)que ha olvidado a la persona como el centro principal y significativo de su actividad.

Mons. Martínez Camino entrega a Cáritas un donativo de la CE por valor de 1,9 millones de euros

En la presentación, y junto a Silverio Agea, monseñor Martínez Camino hizo entrega a la organización de una aportación directa de la Iglesia en forma de donativo por valor de 1,900.000 euros, retirados del “Fondo Interdiocesano” de la Conferencia Episcopal, fondo con el que se nivelan y ajustan las necesidades entre diócesis. Suponía, en datos porcentuales, cerca del 1% del presupuesto de Cáritas en 2008. La Conferencia Episcopal resaltó que el donativo pretendía servir de ejemplo y modelo a la sociedad y buscaba animar a todos al compromiso efectivo con los más necesitados. Tal vez por esto se entienden menos aún los ataques a la Iglesia por parte de la sociedad civil y del colectivo político.

Cuando los ayuntamientos han agotado sus presupuestos en planes de contingencia social y derivan a los solicitantes de ayuda a las parroquia, o cuando la burocracia impone unos perfiles para solicitar esa ayuda que excluyen muchas necesidades, es cuando uno se da cuenta realmente de la labor que cumple una organización como Cáritas.

Cáritas cerró 2008 con un presupuesto de 200 millones de euros. En 2009, el Real Madrid tendrá un presupuesto cercano a los 400 millones de euros y el soterramiento de la M-30 ha costado a los madrileños 1.000 millones de euros más de lo proyectado inicialmente. Realmente, si como dice Agea, acabar con la pobreza es una obligación moral porque “no es un problema de fondos sino de voluntad”, algunas comparaciones deberían hacernos sonrojar.

Vamos a tomar por ciertas las palabras del Secretario General de Cáritas España y a considerar a la organización de la Iglesia como “un observatorio privilegiado de la pobreza” para tratar de desvelar, a través de sus acciones directas e iniciativas, de la labor de sus voluntarios, el peso específico de la institución en el alivio de las necesidades reales de la crisis. Y lo vamos a hacer en Navidad, cuando parece que el corazón se siente propenso a la caridad con nuestros semejantes. También el tiempo en el que las diferencias se hacen más evidentes y comparten la calle, iluminada por los escaparates que animan a regalar, a comprar, a gastar como si la solución a nuestros problemas dependiese del movimiento de nuestros bolsillos. 

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