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Diario YA


 

sin garantía alguna de que los próximos exiliados puedan ser nuestros compatriotas de las ciudades de Ceuta y Melilla

UN TÉ MORUNO EN LA SIERRA DE GREDOS

MANUEL PARRA CELAYA. Ocurrió hace ya diez años, cuando se celebraba el cincuenta aniversario de la creación de la Organización Juvenil Española en el curso de un gigantesco campamento en la Sierra de Gredos. Un grupo de “veteranos” -ahora más seniles que juveniles- participábamos en la efemérides, repitiendo, con alegría, nostalgia y algún que otro dolor lumbar, la experiencia de dormir bajo tienda de campaña y sobre una ruda colchoneta.
    Vino hacia nosotros una persona de nuestra edad y condición, a juzgar por su camiseta conmemorativa; se presentó como “otro veterano”, antiguo joven español y ahora saharaui y militante del Frente Polisario; nos saludamos con naturalidad y, por supuesto, lo acogimos en nuestra acampada de -cariñosamente- dinosaurios. Se entabló un diálogo muy fructífero, en el curso del que nos relató sus vivencias como flecha de la Organización en el entonces Sahara Español: allí había aprendido a “amar a Dos y levantar sobre este amor todos los pensamientos y acciones”; claro que su Dios se llamaba Alá, pero eso carecía de importancia; también, a “servir a la Patria y procurar la unidad entre sus tierras y entre sus hombres”; y, ahora, su patria era el sueño de un Sahara libre y unido; a “defender la justicia”, a “respetar la libertad en cada hombre”, a “aceptar con gratitud las enseñanzas  de los mayores”… y todo ello en el ambiente del vale quien sirve, de la camaradería, de la disciplina y del sentido del honor.
    Reconoció que, por lo tanto, tenía una deuda de gratitud con España, con la España real, claro, que era la de aquellos antiguos niños y jóvenes, algunos ahora calvorotas y con barriga, no con la España oficial, cuyos políticos, en 1975, los había abandonado a su suerte. Cuando uno de nosotros -poco piadosamente- le recordó que el Frente Polisario en aquellos días había atacado a pescadores y soldados españoles, entonó un mea culpa por sus mayores, confesando paladinamente que “se habían equivocado de enemigos”.
    Ya no hablamos más de política en aquel encuentro, y sí de recuerdos de actividades de juventud, de otros campamentos, de marchas con el morral a la espalda, de bellas canciones que recordaba perfectamente…
    Al atardecer, cuando el implacable sol de Castilla había atenuado su rigor, nos sentamos en círculo en la pradera de Gredos y nuestro saharaui nos invitó a degustar el té moruno, pues, a tal efecto, se había traído en su equipaje todos los adminículos necesarios para la ceremonia: tazas, bandeja y otros recipientes; nosotros pusimos el hornillo y las ganas de disfrutar de la bebida y del rito. Nos explicó el ceremonial y el significado profundo de la hospitalidad que representaban las tres tazas preceptivas: la primera, amarga, como la vida; la segunda, dulce como el amor, y la tercera, suave como la muerte. Lógicamente, no nos acompañó con la copa de aguardiente con que mitigábamos nosotros la referencia a la tercera taza…
    Nos habló de viejos camaradas de allá, uno de los cuales, por cierto, había logrado que, frente a las trabas administrativas y políticas, se le reconociera la nacionalidad española al aportar el carnet de afiliado a la O.J.E., para cuyo ingreso el primer requisito era ser español. A la hora de arriar la bandera nacional en nuestro campamento, formó con nosotros, claramente emocionado. Al acabar los actos conmemorativos, nos despedimos de él. No sé qué se habrá hecho de nuestro anfitrión del rito del té desde entonces…
    Me ha venido el recuerdo precisamente en estos momentos históricos, cuando un Gobierno -diz que de izquierdas- ha vuelto la espalda al pueblo saharaui: otra vez la España oficial. Y, en una confusa y precipitada acción diplomática, se ha posicionado a favor de las tesis marroquíes sobre el territorio y en contradicción flagrante a las disposiciones de la O.N.U. sobre el largo problema.
    Pienso ahora en otros campamentos, más precarios y menos alegres, los de la provincia de Tinduf, donde se vive otro exilio desde hace muchos años; pienso en las escuelas donde asisten, precariamente, los niños saharauis en esa provincia, donde se enseña español y, a tal efecto, siempre pedían libros a la Península.
    Pienso, desde este presente inquieto, en que se ha cometido un segundo abandono, por no hablar directamente de traición histórica; y todo ello entre el mayor secretismo gubernamental y sin control parlamentario alguno; también, sobre todo, sin garantía alguna de que los próximos exiliados puedan ser nuestros compatriotas de las ciudades de Ceuta y Melilla, que, aunque disfrutan de las garantías del Estado de las Autonomías, carecen del paraguas protector de la O.T.A.N.
    Cosas de la política, dirán los insensibles y pasotas… Puestos a recordar, un antiguo maestro nos decía a los alumnos una frase que entonces no entendíamos: “Política, tienes nombre de furcia…”; visto lo visto, tenía mucha razón.
    Pienso, para terminar, que acaso el tema del Sahara es otra de las causas perdidas, y que posiblemente ninguna ONG se cuidará ahora de esta población entregada. Especialmente si esa institución es receptora de subvenciones de este Gobierno de izquierdas que ha dejado en la estacada a los saharauis y, entre ellos, a alguno de mis viejos camaradas de juventud.
                                                               

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