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Diario YA


 

Llega el tiempo de espera

Pilar Muñoz. 12 de noviembre. La dimensión temporal es una de las coordenadas con las que tiene que vivir el ser humano, situándolo en una cronología de ritmo, orden y secuencia. Es el tiempo el que asusta al hombre, y es también el que lo “face y desface”, lo va limando y triturando hasta el final del tramo vital. Durante este continuo el hombre debe aprender bien las pausas y los intervalos que unen un ciclo con otro, un hecho con el siguiente. Como un músico adiestrado en la orquesta de su vida, ha de escuchar la batuta del Director y los tiempos de cada uno de sus movimientos y sintonías biográficas.

La naturaleza es un ejemplo maravilloso de modelado y moldeado para la espera, para contemplar silenciosos y atentos cómo es el devenir de cada estación, de cada eclosión, de cada momento vital. Hay un tiempo para sembrar y un tiempo para recoger, hay un tiempo para el letargo y un tiempo para el renacer más esplendoroso, hay un tiempo para la preñez y un tiempo para el alumbramiento. No se saltan escalones, no se adelanta ni se atrasa nada del asombroso y cierto acontecer. El hombre es el ser más sublime de la Naturaleza, sencillamente porque está compuesto de un espíritu y una inteligencia. El hombre, sabe, quiere y puede, pero dentro de ese Orden Superior ante el cual no puede sustraerse.

Actualmente el hombre vive velozmente, corre y corre apresuradamente en una dirección que ni siquiera él sabe. Vive entre prisas, piensa alocadamente, se relaciona con sus iguales desde un pragmatismo momentáneo. Quiere consumir tiempo, quiere comerse acontecimiento a bocados, quiere tener todo aquí y ahora. El hombre está padeciendo una neurosis prolongada y sin saber qué le está ocurriendo, ignora lo que debe ser, no sabe lo que quiere, porque quiere lo que otros quieren, o bien hace lo que otros hacen. Todo este sinsentido lo convierte en un ser vulnerable, a merced de un tiempo disparado de todos los relojes. El calendario del hombre actual se ha acelerado vertiginosamente para situarlo en un ritmo frenético que lo despoja de capacidades enriquecedoras como: el encuentro, el silencio, la escucha, la observación y la espera.

El trepidante ritmo se ha roto, la montaña rusa en la que estábamos subidos se ha estropeado, muchos se empeñan en llamarlo crisis, pero es mucho más. El ser actual ya no puede tener peaje gratuito a todos los deseos de modo inmediato, le asusta el que no pueda ser omnímodo en su calendario narcisista. Ante lo cual mira desesperadamente a su entorno más inmediato, en vez de mirar hacia dentro de sí. Espera en dioses, varitas mágicas y estafadores charlatanes, todo por conseguir reestablecer un viaje galáctico que lo catapultaba más allá de lo permitido. Ahora se vuelve hacia Obama, esperando un cambio, se entrega a telepredicadores esperando una respuesta, se embebe en grandes medios de comunicación esperando una solución económica, se entrega a solucionarios financieros esperando volver a consumir frenéticamente. Esperamos…sí, pero desde la desesperación.

Noviembre ya se ha convertido en el tiempo navideño, porque así lo han decidido las agendas comerciales. No podemos esperar al tiempo propio de la Navidad para saborear y degustar los turrones; ahora la Navidad, consumidora y de luminotecnia comienza tras Halloween. Pasamos de una fiesta pagana y esperpéntica a una navidad de invierno temprano. Todo antes de esperar, todo es preferible antes de la nadería de la espera. No podemos vivir sin tener el bocado y la punzada de lo inmediato, del festín de lo momentáneo. La Navidad siempre volverá después de Adviento, y éste es el tiempo de espera ante la llegada de la Luz y el Amor, ante la llegada, silenciosa y maravillosa del Niño Dios que no tiene ninguna prisa, porque siempre está en nuestra vida. Él es el que nos marcó los tiempos y los pasos verdaderos para un caminar feliz y seguro en esta tierra.

La espera no es un intervalo, es un tiempo en sí, sólo hay que dotarlo de sentido, para así detenernos y saborear lo que somos y tenemos. Es una interfase preparatoria para degustar la esperanza y la ilusión. Los regalos son más añorados cuanto más dilatados y anhelados en el tiempo, las celebraciones son mejor y más disfrutadas cuanto más espaciadas y escasas. Si los placeres están instalados ¿qué y a quién esperamos?.

…”Mirad que no sabéis cuándo es el momento” Mc. 13. 33-37

 
 
 
 
 

  

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